lunes, 18 de diciembre de 2017

Mi-Fa-Do moderno

Como el olor a tierra mojada, el Fado es un género musical que transporta a la mente de quien lo escucha, a un sinfín de mundos paralelos. 

Nacido en los barrios populares de Lisboa, pero incorporado sin discriminación alguna en el ADN de los portugueses, el Fado le canta principalmente al desamor y a la cotidianidad, con composiciones melancólicas, que desvelan una gran capacidad para canalizar las emociones de lamento, en versos armónicos.

Basta con oír los primeros acordes provenientes del deslizamiento escalonado de los dedos de los guitarristas sobre las cuerdas de la viola o guitarra española y la portuguesa, para sumergirse en un mar abierto, en el que una voz profunda, con acento exótico y envolvente se funde en el aire con tal sutileza como las olas en el mar.


Algunos temas se pueden bailar y otros tararear (cantar o seguir la melodía sin articular bien las palabras), pero de lo que no queda duda, es que siempre se pueden sentir. El Fado tiene ese punto de inflexión que hace que como oyente, te sientas tocado/conectado, incluso si no dominas el idioma. Simplemente, te cautiva, te llega al alma y te relaja.



No es casualidad que este estilo musical sea Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (Unesco, 2011), pues se trata de una expresión cultural que permite la interacción creativa con otras tradiciones musicales vivas.

Lejos de ser música para viejos, el Fado se está reinventando con la influencia de sonidos modernos y hay grandes exponentes con proyección internacional, como Raquel Tavares, Deolinda, Tiago Bettencourt, Cuca Roseta, entre otros, que han abierto las puertas al mundo, para que desde distintos puntos del planeta se conozca y se vibre con una música cuya esencia es: tradición y emoción.





viernes, 23 de junio de 2017

Portugal de mi coração

Puente 25 de Abril. Lisboa, Portugal.

Conocí el año pasado a este hermoso país, en un viaje que hice junto a mi hermano en carro desde Sevilla hasta Lisboa. Sin duda, un recorrido emocionante que duró un poco más de 4 horas y que nos permitió disfrutar de un panorama espectacular y pasar por uno de los lugares más concurridos por los turistas para ir de playa o excursión en Portugal: Faro.

Durante el trayecto, asomada en la ventana cual French Poodle, noté  que Portugal estaba lleno de encantos e historia. Esto lo confirmé cuando llegamos a Lisboa, una ciudad acogedora que tiene más de 547 mil habitantes, cuya esencia es el contraste en todas sus expresiones.

Avenida contigua al Puerto de Lisboa.

Aquel día, la capital portuguesa nos recibió con una noche lluviosa, pero eso no impidió que saliésemos a descubrir lo que se escondía tras sus 
calles empinadas, suelos empedrados que forman preciosos mosaicos, casas coloridas y de arquitectura colonial, diversidad de razas, tranvías coloridos que parecen sacados de una cápsula de tiempo y una genial vista al puerto. 

Comenzamos la ruta, dando un paseo por el centro, un centro que para ser de una ciudad capital es atípico, porque a pesar de tener importantes y reconocidas tiendas, no se sumerge en un ambiente de consumismo y no vive un ritmo tan agitado como la mayoría de ciudades del mundo, quizás porque la gente en Lisboa parece disfrutar más de una conversación acompañada de un café o un buen vino en alguna terraza, que ir de compras.

Tranvía de Lisboa.
Hicimos una parada para cenar algo y continuar la caminata, así que entramos a un restaurante típico portugués y pedimos lo recomendado por la casa: pescado. ¡La atención fue impecable! Antes de empezar a comer, el camarero nos trajo una porción de queso y pan, así que pensamos que era "cortesía" como en España, para tener acompañante del plato fuerte...          - ¿Desean más queso? - nos preguntó en portugués el hombre. ¿A quiénes le han dicho?, mi hermano y yo somos amantes del queso y ese estaba delicioso. - ¡Por supuesto!- contestamos en unísona voz. Aunque, al final la factura nos hizo ir de c... jajaja nada de cortesía, creo que ha sido el queso más caro que he comido hasta ahora, casi nos cobran hasta el uso de los cubiertos. Sin embargo, nos fuimos contentos de aquel lugar, porque todo había estado delicioso y nos habían atendido muy bien (este es el factor común de todos los restaurantes en Portugal: buena atención + buena comida). La lección estaba aprendida, la próxima vez que fuésemos a un restaurante no comeríamos los "quesitos", ni el pan para empujar. Llevábamos pocas horas en la ciudad y ya teníamos anécdota para contar.
"A livraria mais antiga do mundo". Centro (Lisboa).


Seguimos el recorrido y nos encontramos con un vagón del tranvía para tomar una foto clásica de Lisboa. Avanzamos unos pocos metros y hallamos a la librería Bertrand, "A livraria mais antiga do mundo", fundada en 1732 y a la que hay que ir sí o sí. 



Plaza Luis de Camoes.


Elevador de Santa Justa, Lisboa.
Tras habernos encontrado con este lugar sagrado para los amantes de la literatura, caminamos unos 10 minutos más, hasta llegar a la Plaza Luis de Camoes, sitio de encuentro de los jóvenes que tiene un bello monumento en honor al poeta portugués que lleva su nombre. 


El último lugar turístico al que fuimos aquella noche (de obligatoria visita) fue la "Baixa Pombalina", una de las pocas zonas planas que tiene Lisboa, mayormente peatonal, hotelera, de bares y restaurantes, contigua a las Plazas del Rossio y Restauradores; dentro de la que se destaca la presencia del "Elevador de Santa Justa", construido en hierro forjado, que comunica a dos barrios del centro.

Ya estábamos enamorados de esta ciudad que nos había hecho sacar buena pierna recorriendo innumerables calles empinadas, así que al día siguiente queríamos hacer algo diferente. Fue así como decidimos viajar en tren hasta Cascais, una aldea pesquera, que tiene un centro histórico alucinante, lindas playas, zonas de artesanos y mucha tranquilidad (pero costosa). Para mí, el lugar más bello que conocí de Portugal.


Cascais, Portugal.


Paseo Marítimo entre Cascais y Estoril, Portugal.


Centro Cultural de Cascais, Portugal.

Centro Cultural de Cascais, Portugal.

Suelo empedrado (mosaico). Cascais, Portugal.

Al terminar el recorrido por Cascais, tomamos un tren hasta Belém, otra zona turística de Lisboa interesante para conocer, en la que confluyen turistas de diferentes continentes, principalmente de África, Asia y Europa, para visitar monumentos como la Torre de Belém, el Monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los Descubridores.





En esta parada, además de encontrarnos con construcciones históricamente emblemáticas y bellos jardines, vimos ingeniosos murales urbanos hechos con piezas automotrices, lo que nos llamó la atención por la creatividad. También, aprovechamos para comer hasta reventar, uno de mis snacks favoritos del mundo: Pastéis de Belém, un pastel de hojaldre, relleno de nata, elaborado por una fábrica pastelera desde 1837, al que ningún turista puede resistirse.

Con el estómago inflado de tanto comer, terminamos nuestro día de turismo. A la noche del día siguiente, salimos a caminar sin mayores pretensiones, pero el ambiente fiestero que se divisaba a través del balcón de un bar del centro, nos sorprendió e hizo detenernos para preguntar qué evento había allí. Se trataba de la celebración de un cumpleaños entre amigos, al que podíamos asistir por 5 euros consumibles. La cosa pintaba bien para nosotros que íbamos en plan 'lowcost', así que entramos y empezamos a observar cómo bailaban los portugueses una música que jamás habíamos escuchado, pero que al danzar se asemejaba a la salsa. Era Fado, una música tradicional portuguesa, de origen popular, que se caracteriza por la apelación a la melancolía. Un género que particularmente me encantó por su ritmo, combinación de guitarras y sus letras desgarradoras, del que hablaré en la próxima entrada del blog.

Espero que hayas disfrutado de esta introducción sobre Portugal, un país encantador, en el que te sentirás como en casa por la amabilidad de su gente, y que ahora deberás apuntar en la lista de destinos para visitar. 











domingo, 11 de junio de 2017

¡Un golpe a la polarización de Colombia!

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Ciertamente, me preocupa mucho el futuro de mi país (Colombia), y no porque crea que algún día llegaremos a ser como nuestro vecino, Venezuela, sino porque da asco ver cómo se hace política aquí. Estamos inmersos en un ambiente de polarización absoluta. Una tirada de mierda continua de unos a otros: los líderes, defensores y opositores de Santos (Presidente) Vs. los de Uribe (Ex-presidente).

Todos los días me pregunto por qué en Colombia le seguimos el juego a unos personajes que venden en la pantalla una permanente discusión y que de seguro, tras bambalinas son los mejores "amiguis", porque dejémonos de vainas: ambos pertenecen a la élite, ambos tienen estudios en universidades prestigiosas, ambos han surgido del liberalismo, ambos han defendido a la dichosa política de "seguridad democrática" que trajo consigo a los "falsos positivos", ambos se creen protectores de la Constitución, pero la han pisoteado para hacerse reelegir y por ende, ambos han enmermelado a congresistas, senadores, alcaldes, gobernadores, periodistas y si sigo, esta publicación se llena con el listado. En fin, son más los aspectos que los unen, que aquellos que verdaderamente los separan.

¿Para qué desperdiciamos nuestro tiempo yendo a favor o en contra del uno y del otro? Ellos no ofrecen verdaderas soluciones a las principales problemáticas del país, no nos pagan el alquiler, ni los recibos de los servicios públicos, no nos financian la educación, ni le inyectan dinero a nuestros negocios. 

Lo que nos debe importar como colombianos es construir país y eliminar las brechas de desigualdad social que nos tienen en los últimos puestos de todos los rankings, ¿cómo? políticamente hablando, debemos asistir a las urnas y votar, no apelar al abstencionismo, porque es una forma irresponsable de ejercer la democracia.

En esa misma línea, debemos leer los programas y propuestas de gobierno antes de votar (no vender nuestra conciencia por un plato de lechona o por 50 mil pesos), contrastar la información que nos brindan los medios de comunicación, identificar cuáles son los entes de control a los que podemos dirigirnos para denunciar alguna irregularidad, defender el derecho de nuestros maestros a recibir un salario digno, defender el campo, entre otras tantas prácticas. 

Socialmente hablando, debemos ser veedores de la administración de los recursos públicos, es decir, del dinero de todos. Ser vigilantes, pero también cumplidores de la norma, respetar el semáforo y darle prioridad al peatón, cruzar la cebra, ceder el puesto a una mujer embarazada o a un anciano cuando vamos en un bus y en la fila de los bancos, no poner a nuestros niños a pedir dinero en las calles, sino enviarlos a la escuela a aprender, no tirar basura en la calle, ni pegar los chiclets en cuanto muro, silla o mesa veamos, recoger la mierdita de nuestra mascota cuando le damos un paseo al aire libre, no alimentar los odios y menos, la violencia entre géneros, no pasar dinero por debajo de cuerda a los agentes de tránsito para evitar una multa, pagar los impuestos, expresar nuestras opiniones con respeto y escuchar con tolerancia la de los demás. No podemos criticar la corrupción solo a partir de lo que vemos frente a nuestros ojos, también debemos mirar qué pasa en nosotros.

Por último y no menos importante, suprimamos la discriminación racial, religiosa y étnica. Eso de estigmatizar a los campesinos (quienes cultivan lo que comemos a diario), indígenas (nuestros ancestros), afrodescendientes (grandes influyentes y exponentes de nuestra cultura), desplazados y refugiados, no nos queda nada bien. Respetemos las diferencias y aprendamos a convivir con ellas.

Honestamente, creo que estos asuntos son mucho más importantes de atender, que entrar en el juego de lo que dijo y no, Santos y Uribe. El mundo poco a poco ha cambiado de opinión sobre nuestro país y estén seguros de que no es crédito de nuestros gobernantes, sino de cada colombiano que en el exterior se esfuerza por defender el honor de nuestro país y por demostrar que somos mucho más que droga y FARC.

Somos personas apasionadas, trabajadoras y alegres. Tenemos todo para transformar a nuestro país. ¡Demos un golpe a esa polarización y apostemos por otros políticos que sin tanto "show mediático" y sin pertenecer a la oligarquía, hacen la diferencia!




martes, 6 de junio de 2017

Los alucinantes "gallitos" de Macaco

Foto: www.macaco.es
Escuché por primera vez la música de este catalán de cuarenta y cuatro años, en la radio del coche de un amigo sevillano, que cierta noche de verano gritaba a todo pulmón la letra de "Volar". En ese momento, no entendía muy bien por qué le gustaba ese 'sonsonete', aunque debo admitir que la letra me parecía bastante buena.



Pasaron varios días desde ese primer acercamiento a su música, cuando una tarde, conversando con un amigo colombiano sobre los artistas españoles que nos gustaban, este me mencionó en su Top List a Macaco. Desde ese instante, me propuse escuchar un buen repertorio para saber qué tenía de especial este artista y por qué cautivaba tanto a mis amigos. Fue entonces cuando escuché "Coincidir"...



No tardé mucho en descubrir que algo fabuloso se escondía detrás de sus consecutivos "gallitos", que muchos cantantes usan como "falsetes"; es decir, como técnica vocal marcada por la vibración para hacer variaciones y mostrar destreza a la hora de llegar a notas agudas.

Sin embargo, en el caso del español, se trata de la firma melódica de un artista urbano, que se funde a la perfección entre los géneros musicales que interpreta y fusiona: reggae, funk, rumba y pop. Los "gallitos" son prácticamente su marca registrada, pero cabe mencionar que a pesar de su uso excesivo, jamás pierde la afinación.

La música de Macaco, quien lleva este nombre artístico porque de chico, su madre lo llamaba "Mico" y con el tiempo evolucionó a "Mono Loco", hasta llegar a como hoy se le conoce, es auténtica y muy fácil de distinguir. Además, tiene una energía maravillosa, pues este cantante interpreta desde lo más profundo de su corazón. Cuando has escuchado tres o más canciones suyas, te das cuenta de que este artista tiene ángel.



Quizás, si lo escuchas una vez no te sientes tan conectado con su música, porque lo "diferente" a veces nos aturde; pero si le das la oportunidad de escucharlo una segunda, te aseguro que detrás de esa viene la tercera y la cuarta, y no lo digo yo, su calidad la demuestra el sinnúmero de colaboraciones que ha hecho con músicos de gran trayectoria como: Juanes, Juan Luis Guerra, Julieta Venegas, Enrique Bunbury, Bebé, Andrea Echeverri (Aterciopelados), Natalia Lafourcade, Carlos Vives entre otros.

Aquí, la muestra recién sacadita del horno, con este clásico del rock en español: "La Guitarra".



Vale muchísimo la pena escucharlo, porque entre otras cosas, las letras de sus canciones son preciosas y eso en la industria musical de hoy, es prácticamente un milagro. Mis temas favoritos son: Volar, Coincidir, Gástame Los Labios y La Distancia, todos de su álbum "Historias Tattooadas" (2015), y Caminaré del álbum "El Murmullo del Fuego" (2012).

¿Cuáles son los tuyos?









martes, 9 de mayo de 2017

¡Sevilla de miarma!

Plaza de España (Sevilla).

Como si se tratase de una tierra bendecida por la mano del Todopoderoso, la capital andaluza fue creada con un sentido de la estética y la estrategia de calidad suprema. No hay quien pise este lugar y no se sienta eclipsado por su arquitectura, olor a incienso, tradiciones, comida e idiosincrasia. No cabe duda, que Sevilla fue hecha para enamorar. 

Interiores del Real Alcázar (Sevilla).
El Puente de Triana, la Catedral, el Real Alcázar, el barrio Santa Cruz, la Real Maestranza, la Plaza de España y otros tantos lugares, hacen de esta (a mi parecer), la ciudad más hermosa y despampanante del sur de España. Pero he de reconocer, que los lugares no serían más que grandes construcciones, sin el sello que le imprime la tradición y su gente.

Durante el primer trimestre del año, Sevilla se viste de Semana Santa, pero no como una ciudad cualquiera, sino con gran fervor, que tiene reconocimiento mundial. Esta celebración que se desarrolla desde el siglo XVI es la más sagrada para los sevillanos y cobija tan solo en su organización, según el portal oficial de turismo de España, Spain.info, alrededor de 50.000 personas que se visten de nazarenos. 

Es increíble todo lo que se mueve debajo y detrás de esta conmemoración. En Sevilla no importa qué tan creyente se sea, simplemente hay una enorme pasión por la integración, por el trabajo en equipo y reitero, por la tradición. Numerosas asociaciones de fieles (hermandades) preparan durante el año los pasos que saldrán a las calles para hacer el Via Crucis; pero aquí, todo es por lo alto, no hay mezquindad alguna para el vestuario y accesorios que lucirán las imágenes de Cristo, María y demás Santos de gran peso y tamaño, que algunos hombres fortachos, llamados costaleros, cargan sobre una especie de turbante grueso, que casi tapa sus ojos y que al caminar van con pisadas sincronizadas durante un extenso trayecto.


Como si fuera poco, a estas procesiones también se suman bandas musicales, que destacan tanto por sus trajes, como por su majestuosidad interpretativa. Es mágico y admirable. Uno pensaría que todos los que se congregan en la organización son creyentes, pero no y aunque resulte una ironía, creo que eso le da mayor valor a esta fiesta, hecha para todos.

Luego de la Semana Mayor, en Sevilla se vive la Feria de Abril, un evento creado en 1847, que se prolonga durante una semana entera y se instala en el barrio Los Remedios, para impregnar a la ciudad de arte, creatividad, belleza, gastronomía y una vez más, tradición.

Feria de Abril (Sevilla). Foto: Andalucía News.
Se trata de la ubicación de más de 1.000 casetas públicas y privadas, a las que asisten familias, asociaciones, gremios, propios y turistas, para celebrar (digo yo), la fortuna de vivir en Sevilla. Pero como todo en esta ciudad no puede hacerse como si fuese cualquier cosa, las casetas no son simplemente carpas, sino una especie de salones decorados con encanto y detalles de fina coquetería... flores, cortinas, espejos, barras, lámparas, mesas y sillas coloridas, para que los anfitriones reciban como Dios manda a sus invitados.

Para que se hagan una idea, es como si temporalmente se creara un barrio de lujo en un descampado. Es simplemente, precioso y curioso... Calles con luces navideñas y faroles coloridos, casetas con nombres ingeniosos, mujeres esbeltas vestidas de flamenca, danzando sevillanas y hombres elegantes con sus trajes que cortejan en silencio. Y no podría dejar escapar la Portada de la Feria,  que cada año tiene un aspecto diferente y es protagonista del día inaugural, para encender oficialmente el "alumbrao".

Así como esta, pero a menor escala, en Triana, barrio de alfareros, cantaores, poetas y turistas (el barrio de mi alma), ubicado junto al río Guadalquivir, se celebra a finales de julio, la Velá de Santa Ana, en la que el puente más lindo que han visto mis ojos, se viste con farolitos para convocar en la Calle Betis, a los amantes de las sevillanas, el flamenco y la comida típica.

Velá de Santa Ana - Triana (Sevilla).
Otra cita interesante para acudir en Sevilla es el Festival de las Naciones, que se realiza a mediados de septiembre, en el Prado de San Sebastián, evento que se constituye en la integración de algunos países de África, Asia, Europa y América, para deleitarse con una muestra artesanal, gastronómica y musical. Probablemente se me haya escapado algún evento o detalle, pero estas son las celebraciones que he presenciado y las recomiendo a ojo cerrado. 

Debo decir que, pese a que Sevilla es uno de los destinos de Europa más calurosos en época de verano, alcanzando temperaturas hasta los 45°C a la sombra, esta ciudad no necesita playa, porque la encuentra a una hora en coche, en Huelva. Lo que sí está claro, es que para vivir en ella, en cualquier estación del año se necesita tener un espíritu con mucha marcha; es decir, uno alegre, divertido y jovial, porque hay mucho por disfrutar. 




Puente de Triana (Sevilla).


jueves, 20 de abril de 2017

Mi pedacito de queso holandés


Tenía la sensación de que él me gustaba más un canelón de queso y eso, para una fanática de este producto lácteo como yo, era mucho decir. 

Habían bastantes kilómetros entre los dos, pero nos teníamos un cariño tan fuerte, que la distancia venía a ser un factor superfluo. Llevábamos siete meses "saliendo", desde aquel primer y único día en el que nos vimos en un pueblo cerca de Sevilla, antes de regresar a Colombia. Admito que esas poco menos de veinte horas que compartimos juntos fueron para mí (en su momento) solo un desahogo pasional, aunque meses atrás el chico se mostraba realmente interesado en mí.

Con el tiempo, las conversaciones, los gustos en común y una clara intención de visitar juntos algunos destinos del mundo que nos resultan mágicos, lo que comenzó siendo pasional, se tornó romántico y un enganche total, al menos para mí. Cada vez que hablábamos, tenía el profundo deseo de abrazarle y aferrarme a su pecho, ver películas juntos en la cama, cocinar y compartir un buen vino e incluso, besarle hasta el amanecer. No sé qué tenía de especial él, para haber despertado mi interés de esta forma taaan... cursi?, quizás era su forma bohemia de ver la vida, quizás eran esos ojitos asiáticos a los que jamás pude resistirme, a lo mejor era la dulzura con la que solía hablarme y la inteligencia que sin duda, poseía.

Lo importante es que realmente le quería. Sí, le quería y le quiero, porque aunque a veces me guste hacerme la fría, hay personas o situaciones que me superan y llegan al corazón. Pasé muchos meses deseando estar a su lado, ser su compañera de viaje, su amiga incondicional y su amante en los días de invierno; pero él tenía muchos problemas familiares y una vida agitada que según él, a penas le alcanzaba para dormir unas cuantas horas.

Hablábamos casi todos los días, yo le confiaba buena parte de mis cosas y él algunas de las suyas; pero casi nunca teníamos una conversación con principio y final, pues él se quedaba dormido a mitad de la conversación sin decir "adiós" y al día siguiente, me escribía como si nada, repitiéndose una y otra vez la misma situación. Eso hacía que me enfadara, porque durante el día acumulaba las ganas de hablar con él y cuando nos escribíamos, pasaba esto que me revelaba falta de interés e incluso, de respeto hacía mí.

Extrañamente, él no veía las cosas de esa manera. Me reiteraba que yo le importaba y que todo era provocado por la vida que llevaba. Pero todo me sonaba a excusa barata. Yo no tenía muy claro si mis reproches eran injustos o si él me estaba liando la cabeza, hasta que un día, le dije que ya era suficiente, que cada cual a lo suyo, porque me hacía daño estar así. Después de todo, soy de las que piensa que nadie merece un amor a medias y que no se debe mendigar el cariño, ni la atención de nadie.

Ha pasado poquísimo tiempo desde aquella puesta en alto y él me sigue escribiendo, no sé si por amistad, costumbre o porque realmente le importo tanto como él a mí. Desearía verlo, abrazarlo y decirle que quiero estar en su vida; pero no me atrevo, porque creo que los fantasmas del pasado me han hecho una herida tan grande, que es difícil volver a confiar y entregarse una vez más, aunque a este chico le quiero de verdad, porque me ha enseñado a querer sin etiquetas y en libertad, y eso es sano.









martes, 4 de abril de 2017

Cita bajo la lluvia

Imagen: The Notebook (film).


Hacía ya bastantes meses que no acudía a una "cita" con un chico y esta surgió de una manera bastante particular. Llevábamos tres o cuatro días hablando por chat, intercambiando ideas, música e incluso consejos, sin conocer mayores detalles de la vida del otro. 

Él tenía apariencia de chico rudo, pero yo le decía que por dentro era un pan de Dios. Me sorprendía estar tan enganchada al hablar con alguien durante horas a través de una pequeña pantalla táctil... Pero lo sentía pleno, nada forzado, estaba muy contenta bajo las sábanas, con las ojeras dibujadas en mi rostro y riéndome sola (como quien de sus picardías se acuerda).

Quizás él no fuese el tipo de hombre con el que acostumbraba a salir, pero físicamente tenía todos los elementos exóticos de alguien que siempre quise tener a mi lado y una personalidad arrolladora. Me asombraba que con tan solo veinticuatro años, él hubiese alcanzado metas que profesionalmente muchos a los treinta, no. A leguas se notaba que era un chico inteligente, de retos y grandes aspiraciones, y eso me encantaba.

Durante esos tres o cuatro días, adoré despertarme y encontrar como primer mensaje, uno suyo: "Hola negri, ¿descansaste?". Mi reacción inmediata era sonreír. Me gustaba que se preocupara por mí y que tuviésemos de entrada, ese nivel de complicidad para llamarnos el uno al otro "negri". La razón por la cual nos llamábamos así, era porque él, a pesar de ser una ranita platanera, juraba que era negro y yo por tomarlo del pelo, le decía "negrura", así que por reciprocidad (supongo) él me llamaba de la misma manera.

Vivíamos en diferentes ciudades, pero la distancia era realmente mínima. A los pocos días de conocernos, me surgió un viaje a su ciudad, de modo que no dudamos en programar un encuentro. 

Recuerdo que llegué un martes a eso de las ocho de la noche y llovía como si no hubiese un mañana. De inmediato le escribí y le dije que tenía ganas de verle, pero que no quería que se mojara, porque estaba resfriado; además al día siguiente yo tenía que madrugar; pero él me dijo que no había ningún problema, que le indicara a dónde debía llegar para vernos. Fue tal vez esa señal la que comenzó a producirme un leve escalofrío en el pecho, cada vez que hablábamos o nos veíamos.

Ese día era jornada de eliminatorias al Mundial y justo a la hora que quedamos, jugaría mi selección favorita (Uruguay), pero ya me las ingeniaría para al menos saber el marcador -pensé. No quería verme demasiado arreglada para la ocasión, por aquello de que "no mostrar el hambre"; así que me fui en jean, blusa manga larga, un chaleco azul y tenis. Él, más abrigado que un esquimal. Tenía a simple vista dos chaquetas encima y una bufanda que tapaba el cuarenta por ciento de su rostro, cual caperucita roja. Usaba gafas de borde negro, lo que le daba una apariencia intelectual y friki.

Recorrimos algunas calles por el centro, tratando de encontrar un bar para hablar y luego de unos minutos, hallamos uno en el que se proyectaba el partido. Él, muy comprensivo, dejó que me sentara de cara a la pantalla y se ubicó frente a mí. Ambos pedimos capuccino, supongo que él lo hizo por solidaridad, ya que a mí el café puro no me gusta ni cinco. Lo pedí sin azúcar por aquello de la obesidad jaja y él en principio, lo pidió con azúcar, pero finalmente no la agregó a la bebida, según él, para no verse como "el obeso", aunque me hubiese dado totalmente igual, cada cual es libre de tener los hábitos alimenticios que quiera.

Empezamos a hablar de manera natural y fluida, luego entramos en un juego de preguntas y respuestas, hasta que llegó la hora de partir. Me sentía como una adolescente, a veces espontánea, a veces cohibida. Quería abrazarle de la nada, pero obviamente no lo iba a hacer para no parecer invasiva o lanzada. Hay que hacerse desear.

Él me acompañó hasta el lugar donde me hospedaba y nos despedimos como si nada. Esa noche no hubo beso y me pareció sensato, al fin y al cabo se trataba de conocernos. Al llegar a casa, recibí un mensaje suyo en el que me decía que había llegado bien y le había gustado verme. Desde entonces, él solía escribirme para saber cómo iba mi día, qué estaba haciendo y cómo evolucionaba mi vida.

Tenía planeado regresar a mi ciudad el jueves o viernes de esa semana, pero finalmente el jueves me quedé y él me invitó a su casa para cenar y ver películas. Aunque parezca raro, no se trataba de una invitación típica entre parejas para "ver películas"; aunque la verdad, tampoco vimos una cinta cinematográfica.

Solo estuvimos en su habitación o bueno... en su cama, hablando durante horas, riéndonos, sin mayores aproximaciones físicas. Yo estaba muy tímida, porque a pesar de ser todo tan espontáneo, no dejaba de ser una situación atípica para mí. 

De repente, me vi envuelta en sus cobijas, porque hacía frío en aquel lugar. Empezamos a hacernos cosquillas, le enseñé a acariciar los brazos para generar sensibilidad en el otro y así fue como poco a poco, ambos vencimos nuestra timidez. Yo le acariciaba su barba y le daba besos en la mejilla, y ahora que lo pienso, fui muy lanzada. Él sonreía plácidamente y poco a poco fue moviendo su mejilla hasta rozar mis labios con los suyos. Creo que ha sido el beso más inocente que he dado o me han dado en la vida. Fue lindo. Él me sugirió que no debía irme de la ciudad y me preguntó cuándo volvería. No supe qué responder, pero en el fondo lo único que deseaba era quedarme a su lado.

La noche superó las doce y tuve que regresar a mi hospedaje. De ahí en adelante, las cosas parecieron intermitentes. Algo le pasaba. Tenía la sospecha de que la causa era el cierre de un ciclo doloroso en su vida (una relación larga que tuvo mucho antes de conocerme). No hacía falta que me lo dijera, yo también había vivido algo semejante tiempo atrás. Lo único que supe decirle en aquel momento, fue que le ofrecía mi apoyo incondicional y que cuando quisiese hablar, ahí estaría yo.














lunes, 3 de abril de 2017

Exponerse, una terapia

En este punto álgido de la vida me encontraba yo. El destino me parecía más volátil que nunca y con él, muchos interrogantes asaltaban mi cabeza: ¿estaré en el lugar indicado?, ¿qué es lo que quiero para mi vida?, ¿por qué no logro asumir los constantes cambios?, ¿dónde quedaron mis amigos, mis viajes, mis pasiones?

Hasta unos meses me consideraba una persona aguerrida, segura, combativa y soñadora, pero algo extraño me pasaba... Probablemente me faltara Dios. Me esforzaba por librar una lucha interior y salir victoriosa en el intento de creer que los cambios siempre suman y que las malas rachas, cesan. 

Nunca fui negativa, de manera que en lugar de esperar a que las oportunidades llegasen a mí, decidí ir tras ellas. Aun estoy en ello, no sé si lo lograré, pero lo más importante es intentarlo. Creo en mí y estoy convencida de que amo a mi profesión y no sería feliz haciendo algo distinto.

Tal vez, la vida trataba de darme una lección. Siempre asumí el trabajo como la mayor de mis prioridades y no invertía demasiado tiempo en compartir con mi familia, amigos y aficiones. Quizás, este era un año sabático para valorar aquello verdaderamente importante.

A veces me encapsulo en soledad- lo confieso, porque no quiero ser nociva para los demás y acercarme a las personas para contaminarlos con mis problemas. Pero en el fondo, eso hace que la bola crezca dentro de mí a un paso agigantado y eso no está bien. Así que en gran parte, redactar estas líneas y exponer mis emociones es mi terapia.