lunes, 18 de diciembre de 2017

Mi-Fa-Do moderno

Como el olor a tierra mojada, el Fado es un género musical que transporta a la mente de quien lo escucha, a un sinfín de mundos paralelos. 

Nacido en los barrios populares de Lisboa, pero incorporado sin discriminación alguna en el ADN de los portugueses, el Fado le canta principalmente al desamor y a la cotidianidad, con composiciones melancólicas, que desvelan una gran capacidad para canalizar las emociones de lamento, en versos armónicos.

Basta con oír los primeros acordes provenientes del deslizamiento escalonado de los dedos de los guitarristas sobre las cuerdas de la viola o guitarra española y la portuguesa, para sumergirse en un mar abierto, en el que una voz profunda, con acento exótico y envolvente se funde en el aire con tal sutileza como las olas en el mar.


Algunos temas se pueden bailar y otros tararear (cantar o seguir la melodía sin articular bien las palabras), pero de lo que no queda duda, es que siempre se pueden sentir. El Fado tiene ese punto de inflexión que hace que como oyente, te sientas tocado/conectado, incluso si no dominas el idioma. Simplemente, te cautiva, te llega al alma y te relaja.



No es casualidad que este estilo musical sea Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (Unesco, 2011), pues se trata de una expresión cultural que permite la interacción creativa con otras tradiciones musicales vivas.

Lejos de ser música para viejos, el Fado se está reinventando con la influencia de sonidos modernos y hay grandes exponentes con proyección internacional, como Raquel Tavares, Deolinda, Tiago Bettencourt, Cuca Roseta, entre otros, que han abierto las puertas al mundo, para que desde distintos puntos del planeta se conozca y se vibre con una música cuya esencia es: tradición y emoción.





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