lunes, 3 de abril de 2017

Exponerse, una terapia

En este punto álgido de la vida me encontraba yo. El destino me parecía más volátil que nunca y con él, muchos interrogantes asaltaban mi cabeza: ¿estaré en el lugar indicado?, ¿qué es lo que quiero para mi vida?, ¿por qué no logro asumir los constantes cambios?, ¿dónde quedaron mis amigos, mis viajes, mis pasiones?

Hasta unos meses me consideraba una persona aguerrida, segura, combativa y soñadora, pero algo extraño me pasaba... Probablemente me faltara Dios. Me esforzaba por librar una lucha interior y salir victoriosa en el intento de creer que los cambios siempre suman y que las malas rachas, cesan. 

Nunca fui negativa, de manera que en lugar de esperar a que las oportunidades llegasen a mí, decidí ir tras ellas. Aun estoy en ello, no sé si lo lograré, pero lo más importante es intentarlo. Creo en mí y estoy convencida de que amo a mi profesión y no sería feliz haciendo algo distinto.

Tal vez, la vida trataba de darme una lección. Siempre asumí el trabajo como la mayor de mis prioridades y no invertía demasiado tiempo en compartir con mi familia, amigos y aficiones. Quizás, este era un año sabático para valorar aquello verdaderamente importante.

A veces me encapsulo en soledad- lo confieso, porque no quiero ser nociva para los demás y acercarme a las personas para contaminarlos con mis problemas. Pero en el fondo, eso hace que la bola crezca dentro de mí a un paso agigantado y eso no está bien. Así que en gran parte, redactar estas líneas y exponer mis emociones es mi terapia.











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