Tenía la sensación de que él me gustaba más un canelón de queso y eso, para una fanática de este producto lácteo como yo, era mucho decir.
Habían bastantes kilómetros entre los dos, pero nos teníamos un cariño tan fuerte, que la distancia venía a ser un factor superfluo. Llevábamos siete meses "saliendo", desde aquel primer y único día en el que nos vimos en un pueblo cerca de Sevilla, antes de regresar a Colombia. Admito que esas poco menos de veinte horas que compartimos juntos fueron para mí (en su momento) solo un desahogo pasional, aunque meses atrás el chico se mostraba realmente interesado en mí.
Con el tiempo, las conversaciones, los gustos en común y una clara intención de visitar juntos algunos destinos del mundo que nos resultan mágicos, lo que comenzó siendo pasional, se tornó romántico y un enganche total, al menos para mí. Cada vez que hablábamos, tenía el profundo deseo de abrazarle y aferrarme a su pecho, ver películas juntos en la cama, cocinar y compartir un buen vino e incluso, besarle hasta el amanecer. No sé qué tenía de especial él, para haber despertado mi interés de esta forma taaan... cursi?, quizás era su forma bohemia de ver la vida, quizás eran esos ojitos asiáticos a los que jamás pude resistirme, a lo mejor era la dulzura con la que solía hablarme y la inteligencia que sin duda, poseía.
Lo importante es que realmente le quería. Sí, le quería y le quiero, porque aunque a veces me guste hacerme la fría, hay personas o situaciones que me superan y llegan al corazón. Pasé muchos meses deseando estar a su lado, ser su compañera de viaje, su amiga incondicional y su amante en los días de invierno; pero él tenía muchos problemas familiares y una vida agitada que según él, a penas le alcanzaba para dormir unas cuantas horas.
Hablábamos casi todos los días, yo le confiaba buena parte de mis cosas y él algunas de las suyas; pero casi nunca teníamos una conversación con principio y final, pues él se quedaba dormido a mitad de la conversación sin decir "adiós" y al día siguiente, me escribía como si nada, repitiéndose una y otra vez la misma situación. Eso hacía que me enfadara, porque durante el día acumulaba las ganas de hablar con él y cuando nos escribíamos, pasaba esto que me revelaba falta de interés e incluso, de respeto hacía mí.
Extrañamente, él no veía las cosas de esa manera. Me reiteraba que yo le importaba y que todo era provocado por la vida que llevaba. Pero todo me sonaba a excusa barata. Yo no tenía muy claro si mis reproches eran injustos o si él me estaba liando la cabeza, hasta que un día, le dije que ya era suficiente, que cada cual a lo suyo, porque me hacía daño estar así. Después de todo, soy de las que piensa que nadie merece un amor a medias y que no se debe mendigar el cariño, ni la atención de nadie.
Ha pasado poquísimo tiempo desde aquella puesta en alto y él me sigue escribiendo, no sé si por amistad, costumbre o porque realmente le importo tanto como él a mí. Desearía verlo, abrazarlo y decirle que quiero estar en su vida; pero no me atrevo, porque creo que los fantasmas del pasado me han hecho una herida tan grande, que es difícil volver a confiar y entregarse una vez más, aunque a este chico le quiero de verdad, porque me ha enseñado a querer sin etiquetas y en libertad, y eso es sano.