¡Qué dulce y salvaje es mi Juana!
Adorna con trenzas su melena rizada,
ladea su cadera como fiera entrenada.
Y hechiza a los hombres con su mirada malvada.
¡Qué melosa es mi Juana al llegar el alba!
Triste y serena cuando el sol no llama,
misteriosa e indomable, cuando la noche clama.
A amar no estaba ella acostumbrada,
quizá por un pasado que la acongojaba.
A veces tierna, a veces dura,
A veces abierta, a veces cerrada,
A veces tan mía, a veces de tan ajena.
¡Ay, mi Juana!
Pobre de mí, que muero por sumergirme entre tus pechos blandos,
pobre de mí, que impaciente espero tus besos y tus abrazos,
condenado estoy a amarte y a entenderte,
condenado a besarte y a protegerte,
a sembrar vida en tus fértiles tierras,
a crecer a tu lado, aunque me envejezca.